La Intercesión de los santos – Respuesta a los apologistas católicos romanos

Continuamos con nuestra serie sobre respuestas a los apologistas católicos romanos, capítulo IV

Leemos en el Catecismo de la iglesia Católica:

#956 «Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad […] No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra […] Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad» (LG 49). «No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida» (Santo Domingo, moribundo, a sus frailes: Relatio iuridica 4). «Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra» (Santa Teresa del Niño Jesús, Verba).»

¿Hay textos bíblicos que respalden el dogma de la intercesión de los santos?

Tengamos siempre presente que por «santos» nos referimos aquí a los que ya han muerto y están ahora en la presencia de Dios.

Examinaremos algunos textos de las Escrituras para saber si avalan tal creencia. Los apologistas católicos romanos presentan el siguiente pasaje bíblico:

Apocalipsis 6:9-10  «Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían.   Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?»

A simple vista en este texto no encontramos nada sobre intercesión por terceros, sino más bien un clamor por justicia y venganza por lo que ellos mismos han vivido; pero no oraciones por los cristianos que están en la tierra. Aquí, responderán los católicos, la Biblia no está negando que ellos también pudieran pedir por otros, y que si ellos pueden clamar por venganza también pueden pedir otras cosas y ser oídos por Dios; totalmente de acuerdo, les concederé este punto a cambio de que confiesen que entraríamos entonces en el terreno de la especulación; pero nosotros estamos buscando pruebas bíblicas, no interpretaciones alegóricas o místicas. Ahora los apologetas romanistas nos presentarán otros textos:

Apocalipsis 5:8  «Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos»

Apocalipsis  8:3  «Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono.»

Creo que la interpretación primera, que surge a simple vista, es que esas «oraciones de los santos» se refieren a la de los fieles que están en la tierra, los que claman como David:

Salmo 141:2  «Suba mi oración delante de ti como el incienso, El don de mis manos como la ofrenda de la tarde.»

Soy consciente de que esta interpretación no les satisfará a ellos, y objetarán diciendo: «allí no aclara que esas oraciones sean de los santos de la tierra o de los que están en el cielo (representados por los 24 ancianos)». Bien, les concederé este punto también, pero como dicen en España «ni pa’ ti, ni pa’ mí»

También los apologistas romanistas nos dirán que Job intercedió por sus amigos, Abraham por Sodoma y Gomorra, Moisés por el pueblo, María por los esposos de Caná, etc.; el problema es que todos estos ejemplos bíblicos se refieren a personas intercediendo por otras en esta tierra, no de intercesores que pasaron de esta vida a la otra.  El único ejemplo que tenemos de alguien tratando de interceder desde el otro lado es el caso del rico que intercede por su familia ante Abraham, pidiéndole que envíe a Lázaro para que les testifique; pero ya todos sabemos la respuesta de Abraham.

Otro texto que podríamos considerar es

Hebreos 12:1  «Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante»

Este versículo viene a continuación de lo que conocemos como «la galería de los héroes de la fe», esos hombres y mujeres que fueron fieles en esta vida; y el autor de esta epístola nos dice que ellos constituyen una grande nube de testigos que tenemos alrededor nuestro. ¿Pueden ellos interceder por nosotros? Es la pregunta a responder.

Personalmente no creo que los fieles que han muerto, y ahora se encuentran en la presencia de Dios, estén completamente desconectados de lo que sucede aquí abajo. Tampoco creo que se pasen el tiempo en el cielo contando estrellas o descubriendo formas en las nubes, porque aunque la Biblia no da muchos detalles de la actividad de los santos en el cielo, nos dice lo siguiente sobre Jesús:

Hebreos 7:25  por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.

Si Cristo está siempre intercediendo por nosotros, es normal pensar que los santos en el cielo están también acompañando a su Señor en esta tarea. Creo que cualquiera de nosotros, si partiésemos de este mundo para estar con Cristo, siendo conscientes de lo que padece un cristiano en esta vida y estando allá tan cerca del Señor, no nos olvidaríamos de pedirle por la Iglesia que continúa luchando a aquí abajo. Pero este no es el problema, porque no hay nada de extravagante en pensar que los fieles que ya han partido (la Iglesia triunfante) estén ahora en el cielo intercediendo de alguna manera por los fieles que siguen aquí (la Iglesia militante).

El problema surge con el planteamiento que de ello encontrarás en la iglesia Católica Romana, donde los santos celestiales no solo interceden por la Iglesia militante, sino que pueden escuchar y responder nuestras plegarias dirigidas a ellos. Ese es el punto crítico que nos separa. Lo primero que debemos hacer para investigar correctamente esto es preguntarnos ¿existe algún texto bíblico que respalde o dé a entender la intercesión de los santos tal cual lo enseña el romanismo?, la respuesta es no. Entonces convengamos que este partido se juega en el campo de la especulación. Si ustedes se fijan bien en el #956 del Catecismo de la iglesia romana (que coloqué al principio de este capítulo) comprobarán que no utilizan versículos bíblicos para respaldar su enseñanza, solo usan frases de santo Domingo y de santa Teresa del Niño Jesús, esto se debe a que no hay fundamentos escriturales para tal dogma.

En segundo término deberíamos preguntarnos ¿es lógico pensar que los que están en los cielos pueden oír nuestra plegaria y respondernos? Recuerden que como no hay respaldo bíblico recurrirán a la especulación. El apologeta romanista primero toma el pasaje de 2ª de Pedro 1:4 «nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina», y luego afirma que como los que están en los cielos participan de esa naturaleza divina, es lógico pensar que tengan una capacidad extraordinaria para escuchar las oraciones que en todo el mundo se les esté haciendo. Esto, me parece a mí, se aproxima más a la herejía enseñada por Cash Luna y otros sobre «Jehová junior», y digo que es una herejía porque la Biblia nos dice en hebreos 12:10 «para que participemos de su santidad», es decir, ser participantes de la naturaleza divina es llegar a participar se sus atributos morales, no de sus atributos de poder. Cuando tengamos un cuerpo glorificado tendremos una inteligencia y sabiduría en toda su potencia (como debería tener el ser humano si no hubiese caído en el pecado en el Edén), pero eso no significa que vayamos a ser «un poquito omniscientes», «un poquito omnipresentes» o «un poquito omnipotentes» como si fuésemos dioses en miniatura; no, no significa en absoluto tal cosa. El apologeta romanista con este argumento, inconscientemente, convierte a María y a los santos difuntos en «pequeños dioses» capaces de tener omnisciencia y omnipresencia.

Lo que si tenemos claro en las sagradas Escrituras es a quién debemos dirigir nuestras oraciones:

 Mateo 6:9  «Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.»

Esta es la única «fórmula bíblica», si alguien quiere inventar otra que no cuente con nuestra aprobación. Todas nuestras oraciones van dirigidas al Padre, y según las Escrituras tenemos dos intercesores:

Romanos 8:26  «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.»

Romanos 8:34  «¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. »

Pero a estas dos intercesiones le podemos agregar una tercera. Y es aquí donde los apologetas romanistas más nos acusan de inconsistentes y de contradecirnos a nosotros mismos; pues nos echan en cara que no les pidamos a los santos difuntos que intercedan por nosotros, y en cambio les pedimos a los santos vivos que intercedan por nuestras necesidades. No creo que la respuesta a esta acusación sea muy difícil, baste con decir que lo primero no es un mandato divino y lo segundo sí lo es; que me muestren los apologistas romanistas dónde nos manda el Señor a pedir la intercesión de los santos difuntos, y yo les mostraré donde sí nos ordena la intercesión unos por otros aquí en la tierra:

Efesios 6:18  « siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos»[1]

Santiago 5:16  «Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. »

Los cristianos intercedemos unos por los otros en oración ante Dios, es verdad, pero nuestra oración sigue siendo dirigida al Padre; no le encendemos un cirio ni besamos la foto del hermano al que le pedimos que interceda por nosotros; y repito lo ya dicho, no hay ningún indicio bíblico de intercesión directa hecha de creyentes muertos en favor de los vivos. Por ejemplo, leamos un poquito más del texto de Efesios que leímos más arriba:

 Efesios 6:18-19  «siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos, y también por mí, para que me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valentía el Misterio del Evangelio»[2]

Romanos 15:30  Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios»

¿Por qué Pablo, por ejemplo, no pidió la intercesión del primer santo mártir del cristianismo, Esteban, al que conoció en vida? El apóstol nos manda a interceder unos por otros, pero nunca nos enseña a pedir la intercesión de un santo difunto, esto es irrefutable. 

Los evangélicos sabemos muy bien lo que es la intercesión, porque continuamente oramos unos por los otros; y cuando le pedimos a un hermano que interceda en oración por nosotros se da por hecho que lo hará. Pero en el mundo católico romano pocos encontrarás que intercedan por ti (haz la prueba), te dirán que pidas la intercesión de María, de san Charbel, de santa Teresita, etc., así se quitarán de encima el problema.

Es lógico creer que los fieles creyentes, que ya están en el cielo, intercedan por la Iglesia aquí en la tierra como lo hace el Señor;  lo que no es lógico es creer que ellos puedan oír nuestra plegaria invocando sus nombres particulares, o que cada santo tenga su «especialidad» como veremos más adelante.

Creemos que la Iglesia es una, y está compuesta por los santos vivos y los que ya partieron, es decir que creemos en la comunión de los santos, tal cual nos muestra la Escritura:

Hebreos 12:22-24  «sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.»

Este pasaje bíblico que acabamos de leer explica bien lo que es la «comunión de los santos», allí nos dice que cuando entramos a la Iglesia (la Jerusalén Celestial) hemos entrado a la compañía de ángeles, de los inscritos en los cielos (los creyentes), de los justos hechos perfectos (los creyentes que ya están en el cielo), y a la compañía de Dios y de Cristo. Todos los creyentes (vivos o difuntos) conformamos el Cuerpo de Cristo, y ese Cuerpo está vivo en su totalidad; por lo cual es imposible creer que los fieles difuntos están completamente desentendidos de la iglesia aquí en la tierra (eso sería como creer que la mitad del Cuerpo de Cristo está inactivo o paralizado); y esto también está en conformidad con los primeros Padres de la Iglesia que enseñaban que los fieles, que ya estaban en la presencia de Dios, intercedían desde el cielo por la Iglesia. Pero una cosa es creer que desde el cielo se intercede por nosotros, y otra muy distinta el creer que podemos hablar con un santo difunto y pedirle «favores» personales.

A continuación les dejo una lista con los santos patronos para enfermedades y casos difíciles (tomado de webs católicas):

  • San José: para conseguir vivienda
  • San Judas Tadeo: para causas imposibles
  • San Expedito: para causas urgentes
  • San Cayetano: para trabajo y pan
  • San Juan de Dios: para alcoholismo
  • San Antonio de Padua: para amputados
  • San Vito: para la ansiedad
  • San Alfonso M. de Ligorio: para la artritis
  • San Felipe Neri: para las articulaciones
  • San Pancracio: para los calambres
  • Santa Lucía: para la vista
  • San Drogón: para la depresión (no es una broma)
  • San Valentín: para los desmayos
  • San Carlos Borromeo: para dolores estomacales
  • San Timoteo: para enfermedades del estómago
  • San Andrés: para la gota
  • San Acasio: para dolores de cabeza
  • Santa Bárbara: para las tormentas y rayos
  • San Artemio: para enfermedades genitales

Y si todo esto falla, siempre podrás recurrir a la Virgen Desata Nudos

Conclusión:

Los romanistas acusan a los evangélicos de ser poco razonables en su fe, bien, que me expliquen los queridos apologistas católicos ¿qué tiene de razonable tener un santo para los genitales, otro para el reuma, otro para los oídos, para los ojos, o una Virgen que desata nudos?

En la Iglesia Católica Ortodoxa también se pide la intercesión de los santos, es verdad, aunque en su favor diremos que lo hacen de una manera más controlada, no todo icono es válido ni se cae en la confusión idolátrica, como en la iglesia Católica Romana; en donde si quieres conseguir novio/a tienes que poner de cabeza una imagen de san Antonio y rezarle hasta que el amor llegue a tu puerta.

Pero mostrémosle a los apologetas romanistas en qué degenera su incontrolada devoción a los santos: tenemos a san Cucufato (san Cugat, en Cataluña), patrono de los objetos perdidos,  y quien quiera recuperar lo que perdió deberá hacer la siguiente oración mientras se hacen nudos en un pañuelo:

¡Ah! ¡La iglesia Católica Romana es la única cuya fe es razonable! Ya pueden ir agarrando un pañuelo los apologistas católicos, y comenzar a hacerle nudos para ver si san Cucufato les devuelve la vergüenza que perdieron…

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos y Diarios de la Iglesia 2023


[1] Traducción Biblia de Jerusalén 1976

[2] Ídem

Acerca de diariosdeavivamientos

Soy Gabriel, seguidor de Cristo. Vivo en Córdoba, Argentina. Amo la Historia de la Iglesia, desde la Patrística hasta nuestros días; y amo a la Iglesia, la militante y la victoriosa, la visible y la invisible, con sus luces y sombras; no soy imparcial, pero intento compartir lo que creo y pienso sin fanatismos ni sectarismos. Bienvenidos a mi blog.
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